José Antonio Millán, La lectura y la sociedad del conocimiento

De la información

al conocimiento

—Ahora digo

–dijo a esta sazón Don Quijote–

que el que lee mucho y anda mucho,

ve mucho

y sabe mucho

La información como punto de partida

La “sociedad de la información” se nos presenta como una realidad al tiempo dominante y huidiza; pero que eso no nos asuste. Sepultados por miríadas de nuevos términos, por convulsiones empresariales y financieras, por promesas y despliegues asombrosos, no hemos tenido aún el reposo suficiente para analizar qué hay en realidad dentro de ella, e incluso más: qué hay para nosotros, qué nuevos márgenes de acción nos permite.

La información nos rodea desde hace décadas, creciendo exponencialmente: hace treinta años, la documentación de construcción de un gran avión pesaba tanto como la propia aeronave. Hoy las cosas son del mismo modo, pero la documentación ya es mayoritariamente digital. Igual que las revistas científicas, en número constantemente creciente; y los corpus de leyes y jurisprudencias locales, autonómicas, nacionales y comunitarias; y las noticias sectoriales, generales y locales; y las informaciones de las empresas; y las transacciones corporativas; y un océano de patentes, de informaciones sobre procesos y productos. A ello hay que sumar los esfuerzos gigantescos por incluir en formato digital muchos de los libros y revistas de las grandes bibliotecas; y los documentos de los archivos.

¿Nos olvidamos de algo? Por supuesto: de los datos sobre los datos. Los catálogos: de nuevas cosas y de antiguas bibliotecas y archivos, los directorios, los resúmenes y las bibliografías, los compendios de informaciones: por área geográfica, por personas, por tema, por fecha... ¿Y los datos sobre datos sobre datos? Pues también: ahí están los catálogos de catálogos, los descriptores de descriptores; los recursos sobre recursos...

Es difícil no sentir vértigo: a una sociedad en crecimiento constante y que genera ingentes cantidades de documentos, se une la recuperación de gran parte del acervo producido en épocas anteriores, y a todo ello las herramientas para organizarlo y ordenarlo. Todo pasa a formato digital; todo acaba formando parte de la Web: todo está al alcance de la mano. Unas como informaciones abiertas, accesibles a cualquiera; otras, de acceso restringido. Pero la masa total es ingente: medio billón de páginas web, según los últimos datos; es decir: quinientos mil millones de páginas de información... al otro lado de la pantalla.

¿Como comprender su magnitud?: supongamos que se reparte una obra del tamaño de la enciclopedia Espasa a cada hombre, mujer, adolescente, bebé o anciano de Madrid (por tanto, muchas casas recibirían varias obras, y acabarían con cuatro o cinco paredes cubiertas por ellas). Ahora pensemos: todas las obras son diferentes. Y a continuación: podemos hojear cualquiera de ellas. Inmediatamente.

¿Qué experimentamos? ¿Felicidad o vértigo?

Tenerlo todo: no tener nada

Lo contó Borges en forma alegórica en su célebre relato La biblioteca de Babel. Esa fabulosa biblioteca contenía (dicho en palabras de hoy) toda la información posible, porque cualquier posible conjunto de palabras estaba en alguna de sus inagotables estanterías. Libros buenos y malos, mediocres; falsos y auténticos, medio falsos y medio verdaderos: todos. ¿Les suena a algo?

La Web es nuestra Biblioteca de Babel. Pero necesitamos utilizarla...

Espigar el hilo de un dato que necesitamos; averiguar en esta masa de informaciones de muy diversa procedencia cuál es la que nos hace falta: compararla con otra, seguirla hasta donde nos sirve, y no más allá. Localizar una tercera y una cuarta. Sacar conclusiones parciales; ponerlas en cuarentena. Buscar luego otra fuente diferente, seguir sus hilos. Volver sobre las ideas puestas en reserva y avanzar en conjunto. Repetir el ciclo una, diez veces: crear documentos provisionales, difundirlos y recibir las realimentaciones de otros. Al final –con suerte– comprender, resumir y actuar.

Las operaciones que acabamos de describir no son extraordinarias: son las habituales y necesarias en múltiples procesos diarios. Y no se limitan a la simple búsqueda de información: implican algo más. Y además se aplican a infinidad de campos. Lo que se buscaba han podido ser elementos para una investigación médica, ideas de explotacion empresarial, rastros de personas o de hechos del presente o del pasado, funcionamientos de compañías o de instituciones, experiencias industriales, precedentes legales, pistas sobre nuestra competencia, ideas, señales de alarma, claves para la comprensión, para la investigación, para el negocio...

Decíamos que la mayor parte de las operaciones intelectuales que utilizan la herramienta de la Web no pretenden sólo “recuperar información”. Intentan construir un conocimiento. Esa es la meta real de las personas, de las corporaciones y de las instituciones.

Y conocimiento no es información; reparemos en los matices:

la información el conocimiento

es algo externo es interiorizado

es informe es estructurado

es rápidamente sólo puede crecer

acumulable lentamente

se puede automatizar sólo es humano

es inerte conduce a la acción

La llave de plata

Un personaje del escritor fantástico H.P. Lovecraft emprende la búsqueda de una ciudad con cuyas cúpulas doradas en el sol de la tarde había soñado tantas veces. Perdido entre las marañas de callejuelas puede, por fin –gracias al auxilio de una mágica llave de plata–, acceder a ella. Cuando lo logra, descubre que no es otra que su propia ciudad natal: manifestada o revelada bajo una nueva luz.

Sí: la ciudad onírica estaba dentro de su ciudad real (podemos extrapolar nosotros ahora) como el conocimiento está dentro de la información: agazapado, polvoriento, esperando la llave mágica.

Y ya es hora de revelar nuestro secreto: la llave mágica del conocimiento es la lectura. Será necesario repetirlo, porque estamos subyugados por la magnitud y las virtudes de las nuevos prodigios tecnológicos, y al tiempo deberemos reaprender las potencialidades y las maravillas de algo que consideramos trivial, sólo porque lo poseemos ya, y porque nos acompaña desde hace muchísimo tiempo.

La lectura es la capacidad de los humanos alfabetizados para extraer la información textual. (Existe también la “lectura de las imágenes” de la que habremos de hablar igualmente...) Y es hora de avanzar la tesis central de estas páginas: la lectura es la llave del conocimiento en la sociedad de la información.

La colosal acumulación de datos que ha constituido la sociedad digital no será nada sin los hombres que los recorran, integren y asimilen. Y esto no será posible sin habilidades avanzadas de lectura.

Es cierto que el acceso a la información digital exige nuevos saberes. Algunos de ellos antes estaban confinados a profesiones muy especializadas (los documentalistas, los bibliotecarios). Pienso en la capacidad de manejar bases de datos, en la utilización de palabras clave para las búsquedas, en el uso de operadores booleanos (Y, O), en la indización de la documentación propia... Todo ello es real: son saberes nuevos, antes reducidos a una práctica profesional, y hoy necesarios hasta para el escolar que prepara un trabajo. Pero además de ellos, y vitalmente necesarios para la conversión de las informaciones halladas en conocimientos, está la habilidad tradicional de lectura.

Que no nos extrañe: el desarrollo humano no avanza en zigzag ni a saltos, sino que normalmente construye sobre lo anterior. La lucha por comprender y utilizar las nuevas tecnologías digitales exige muchas cosas nuevas, sí; pero presupone las antiguas. Y la más importante de ellas es la lectura.

¿Qué hay en la lectura?

La lectura es una habilidad de un tipo muy desarrollado: de hecho es la suma de varias habilidades psicológicas que se adquieren y se ejercitan a edad temprana. Como ocurre con las facultades humanas que usamos desde siempre (la maravilla del lenguaje, de la percepción visual), es difícil darnos cuenta cabal de su complejidad.

La lectura comprende, en un principio, la capacidad de discernir una letra de otra: ¿qué tienen que ver las siguientes formas entre sí?

A a a A

Poco: y sin embargo todas son la a. ¡Qué entrenamiento visual y gráfico, qué finura de apreciación requiere identificar los signos a través de tipografías, tamaños y características diferentes!

A continuación, está la habilidad para leer bloques completos de letras: las palabras. Como los lectores de este texto son avezados en la tarea, no reparan (por fortuna) en la forma en que la están realizando. Los lectores avanzados no leemos letra a letra, sino que más bien reconocemos las formas típicas, globales, de cada palabra (lo que los expertos llaman “la forma de Bouma”), y las interpretamos en conjunto:

árbol

á - r - b - o - l

Y no para ahí la cosa: somos capaces de descifrar no sólo la palabra en la que fijamos la vista, sino además las que se encuentran a sus costados: eso hace que podamos leer cada línea de texto en sólo dos o tres saltos de vista (en vez de cincuenta o sesenta en que lo haríamos si leyéramos letra a letra).

cada línea de texto en sólo dos o tres saltos

de vista (en vez de los cincuenta o sesenta

Pues bien: los lectores que no llegan a este estadio de lectura por bloques no han alcanzado el pleno desarrollo de la habilidad. Leerán despacio y mal...

Más maravillas: las letras convocan sonidos en nuestra mente, pero los lectores avanzados leemos en silencio. Esto es nuevo en la historia: no ha sido siempre así. Durante muchos siglos la lectura, incluso la lectura solitaria, fue siempre en voz audible. ¿Cómo lo sabemos? Un pasaje de las Confesiones de San Agustín (siglo IV después de JC) nos relata el asombro que sintió cuando sorprendió a San Ambrosio leyendo en soledad... ¡en completo silencio!

Las personas con escasas habilidades lectoras murmuran cuando leen. Otras no emiten ningún sonido, pero practican lo que se conoce como subvocalización: su glotis se mueve imperceptiblemente. Ni unas ni otras han interiorizado la conversion directa de texto en significado, y por lo tanto son lectores defectuosos y poco hábiles.

Dar forma a la información

Y ya es hora de que avancemos un paso más, y de camino nos acerquemos a lo que es el auténtico objetivo de estas páginas. En realidad, nuestra forma de leer actual –rápida, silenciosa, eficiente– fue surgiendo en paralelo al desarrollo de lo que hoy llamaríamos tecnologías editoriales. Los lectores de antiguos manuscritos leían en voz alta, entre otras cosas porque los textos estaban escritos sin separación de palabras:

intenteleerestaristradeletrassinpronunciarla

A medida que avanza la construcción del espacio gráfico y tipográfico en los libros, aumenta la finura de la información suministrada; a medida que los procedimientos de representación textual se refinan, los sistemas de lectura avanzan, mejoran y se automatizan. Es una dialéctica entre mejoras tecnológicas y habilidades psicológicas: en su desarrollo mutuo llegan a la evolución y eficiencia que conocemos en el libro y la lectura modernas... Ambas han crecido juntas.

Los desarrollos editoriales y tipográficos fueron preparando el terreno para lograr una extracción de información rápida y eficiente. Por una parte se crearon tipos de letra claros y legibles. Por otra, se desarrollaron diseños de página adecuados a las capacidades de lectura (líneas sin demasiados caracteres, blancos para dar descanso visual). Al tiempo, se crearon los primeros dispositivos de interactividad textual avant la lettre: márgenes amplios para acomodar los comentarios manuscritos del lector, páginas en blanco para sus adiciones y comentarios...

La producción de las obras reforzó estas características facilitadoras de la lectura: papeles de un color claro uniforme (pero no tan blancos como para que la luz reflejada hiriera los ojos); impresiones claras y nítidas, encuadernaciones que permiten el manejo cómodo de la obra...

Los recursos tipográficos ayudaron desde muy pronto a que el lector comprendiera la jerarquía de los contenidos. La división en capítulos con sus títulos y apartados estructuró las obras. Las notas al pie, las apostillas y el cuerpo menor permitieron diferenciar al texto principal de los elementos laterales, o menos importantes. Las entradas de los capítulos, los cuadros sinópticos y los esquemas resumieron la información para una consulta rápida.

Mientras tanto, la paginación permitió crear índices de contenido, y su unión con la ordenación alfabética creo los índices analíticos. Todas las tecnologías de acceso interno a la información estaban dispuestas, y pervivieron con pocas modificaciones durante cinco siglos.

Los lectores avanzados, aliados con estos dispositivos refinados de apoyo a la lectura, buscaron, encontraron y compartieron información, y crearon durante mucho tiempo la cultura de nuestra sociedad.

Hasta aquí

Bien: llegados a este punto, el lector ya debería tener claras ciertas cosas, que pasamos a recapitular:

el manejo de la información en la sociedad actual exige capacidades desarrolladas de lectura

la lectura es una suma de habilidades complejas

la forma editorial de los libros ha contribuido al desarrollo de esas habilidades, y al tiempo las favorece

En la segunda parte iremos más allá: cómo la lectura permite no sólo la construcción del conocimiento, sino también su comunicación. Y para finalizar exploraremos la consecuencia natural de estas premisas: los colectivos que quieran afianzar su posición en la sociedad de la información deben favorecer la lectura. ¿De qué manera?

II

Las raíces de la lectura

Escuchar con los ojos

Con un sentido muy Barroco de la existencia, el gran Quevedo explicaba de esta forma su relación con la lectura:

Vivo en conversación con los difuntos

y escucho con mis ojos a los muertos

Lo que recalcaba Quevedo era el papel de la cultura escrita como preservadora del conocimiento, como posibilitadora del diálogo con el pasado. A este rasgo –que todavía hoy se mantiene– se une ahora que la escritura es un factor clave de comunicación con nuestros contemporáneos. Ya hemos mencionado las asombrosas dimensiones de la Web, ese depósito de datos e informaciones variadas. Pero es muy probable que las comunicaciones que las personas se intercambian en los “grupos de noticias” (newsgroups) igualen en tamaño a la propia Web. Y los correos electrónicos están adquiriendo un auge extraordinario: cada minuto se envían en el mundo cinco millones de correos electrónicos. Ya hay más mensajes de correo electrónico que de voz... Y además, tenemos las nuevas formas de “oralidad por escrito”, como los chats, esos intercambios de mensajes escritos en tiempo real.

De nuevo, parece que la comunicación interpersonal, ya sea privada o semipública, descansa sobre las habilidades lectoras. Está resurgiendo el género epistolar (que desde la llegada del teléfono experimentaba un claro retroceso), con nuevas formas, con nuevos elementos –acrónimos, palabras nuevas, emoticonos (esas caritas esquemáticas que expresan emociones)–, pero más pujante que nunca. Y se ha recuperado a varios niveles: el intercambio de notas entre adolescentes que usan los mensajes cortos de su teléfono móvil, el email recordatorio o conminatorio (sin encabezamiento, de una sola línea); pero también el mensaje de correo electrónico largo y demorado, tan extenso como la mejor carta del pasado... Seguiremos hablando por teléfono, y cada vez hablaremos más a través de la red, pero el correo electrónico (o sus descendientes) permanecerán, porque presentan muchas ventajas para las personas, para las empresas, para las instituciones: la posibilidad de meditar lo que se dice, el almacenamiento y posterior recuperabilidad de los mensajes propios y ajenos...

Sí: al mundo de las relaciones personales ha vuelto la letra, y con ella la lectura.

Desde el principio

¿Cómo aprendemos a leer? ¿De dónde sacamos esas habilidades complejas que, como hemos visto, se han ido construyendo históricamente?

Hay que recordar en primer lugar el papel de la escuela, de la educación primaria. En ella se ponen las bases para la adquisición de la lectura. Ha habido un gran desarrollo de las metodologías de iniciación a la lectura y, sobre todo, la escuela actual acumula las experiencias de numerosísimas generaciones que aprendieron a leer en ella.

No se trata sólo de la adquisición de unas técnicas. Si ellas no vienen acompañadas del despertar de una motivación, de poco servirían. Los enseñantes actuales tienen a su disposición lecturas atractivas y adecuadas a muy distintos niveles (porque el mundo de la edición ha contribuido a ello creándolas). Tenemos hoy “libros blanditos”, de tela, que los infantes prealfabéticos pueden estrujar y chupar, como en una prefiguración de lo que será su futura actividad intelectual. Hay libros bellísimamente ilustrados, sin letras; o con palabras gigantescas, a una por página; con colores, texturas, materias, olores; con solapas que estirar, puertas que explorar, pirámides que se erigen al abrir una página; libros que describen el mundo real o construyen uno imaginario: la diversidad de obras para quienes empiezan a leer es inmensa, y la escuela puede aprovecharlas. Hay que añadir que no podrá hacerlo sin recursos, sin bibliotecas en los centros, sin profesionales para su animación...

Además la enseñanza, desde sus primeros niveles, tiene la misión de poner al alumno en contacto con las complejas tipologías de materiales de lectura contemporáneas: no solo el libro, sino también la revista, el periódico o el catálogo; no solo el artículo, sino también el gráfico o la publicidad. Los alumnos deben crecer educados en la multiplicidad de los soportes y modalidades de la información, y eso les va a servir de mucho en un medio (como el digital) extremadamente variado y flexible.

Leer imágenes

Una observación, al hilo de todo esto... Parte de la educación escolar de hoy –con el apoyo de los libros de texto y materiales complementarios– intenta también dar herramientas para la interpretación de los gráficos, esquemas y yuxtaposición de imágenes. En origen, esta es la respuesta de la enseñanza a la eclosión de lo que se dio en llamar “la sociedad de la imagen”, pero encontraremos también que resulta de especial utilidad para manejarse en un medio mixto como el que supone la Web.

En concreto, es necesario saber interpretar la contigüidad de imágenes y textos (que a veces crea relaciones más insidiosas –por lo ocultas– que los puros encadenamientos textuales). Hace falta comprender los límites de los testimonios “reales”: el video no es la acción; la foto no es la cosa; la parte no es el todo... Hay que entrenar en la interpretación de los gráficos, cuadros, esquemas y ayudas infográficas, tan presentes en la información contemporánea, porque pueden transmitir interpretaciones sesgadas, o directamente erróneas de los datos.

En suma: el lenguaje de las imágenes, y de las relaciones de éstas con el texto, exige una formación independiente, que las escuelas –y los textos que en ellas se usan– están procurando también dar.

Crecer en la lectura

Pero la enseñanza escolar es sólo el principio. Las complejas habilidades que, como hemos visto, moviliza la lectura exigen no sólo que la persona que aprende se encuentre en un determinado nivel de maduración neurológica; no sólo que se inicie en los rudimentos del descifrado de textos, sino que estas disposiciones se activen y ejerciten durante largo tiempo. Un lector avanzado, una persona que puede enfrentarse con un texto en condiciones óptimas de aprovechamiento y velocidad, sólo se forja a lo largo de años de práctica.

De ahí la importancia (en esta materia, como en otras muchas) de compartir la formación escolar con la del hogar. El niño que no crece en un ambiente de lectura en su casa, difícilmente podrá alcanzar plenamente las capacidades para tratar con textos. El que no disponga de una variedad suficiente de tipos de obras no aprenderá a vérselas con los distintos niveles de acceso a la información escrita: la lectura profunda, la búsqueda de un dato específico, la lectura somera rastreando una idea...

Sí: la riqueza en libros y en publicaciones, la abundancia en lectura de un medio familiar (o en una biblioteca pública: luego abundaremos en ello), es la mejor garantía de un desarrollo pleno de las capacidades lectoras. La falta de hábitos y de ocasiones de lectura hará muy difícil el pleno desarrollo de esas potencias. Y la persona que no las tenga está muy mal preparado para la sociedad de la información: así de simple.

Pero a su vez, ¿cómo conseguir el clima social que dirija hacia esta importante práctica? ¿No están nuestros medios de comunicación exacerbando la orientación hacia los elementos multimedia (imagen y sonido) de la sociedad de la información, con absoluto olvido de la lectura? Si nuestras tasas de lectores son tan bajas en comparación con los países a los que deberíamos equipararnos, ¿no es en parte por la falta de un auténtico clima mediático en su favor? Que una modernidad mal entendida no nos prive del necesario apoyo en un tema clave...

Una sociedad lectora

Quien visita Nueva York o Seattle, tenga o no la oportunidad de encontrarse con los artífices de las compañías que están cambiando el mundo, puede tener sin embargo una experiencia crucial. Aborde un transporte público; móntese en el metro o en un ferrocarril de cercanías y mire en torno. Una mayoría de las personas a su alrededor están leyendo, y muchas de ellas leen libros: las baratas ediciones paperback (o rústica) que ha sido la gran aportación de la cultura anglosajona al mundo del libro; los libros aún con el tejuelo de la biblioteca pública, tomados en préstamo por una o dos semanas... Otros están enfrascados en periódicos, revistas...

Así son las cosas. La cultura que dicta los rumbos del mundo contemporáneo desde sus empresas y universidades, la cultura que acumula una proporción de premios Nobel por habitante superior a cualquier otra, es una de las culturas más lectoras de la Tierra.

No es un caso único: los visitantes de Japón observan también sorprendidos la proliferación de lectores públicos, hasta tal extremo que hay una figura que ha necesitado la acuñación de una palabra nueva en su lengua: “el-que-lee-de-pie-en-la-librería”. Sí: estos lectores ávidos y de poco dinero, a los que se consiente su actividad silenciosa junto a la mesa con las novedades, son otro exponente de cómo lectura y avance van juntos...

Porque (llegamos a un nuevo flanco vital), allí donde el sistema educativo no pueda acompañarnos más; allí donde los hogares, por motivos históricos o económicos, no puedan proporcionar los medios para crecer en la lectura, una potente red de bibliotecas modernas y bien dotadas es el lugar donde adquirir los medios para seguir. ¿Hay que recordar cómo las sociedades más lectoras y avanzadas del mundo abundan también en bibliotecas abiertas a todos? Las pequeñas bibliotecas suecas, donde los niños aprenden a ir a jugar con libros; las bibliotecas públicas americanas, donde cualquier ciudadano busca –y encuentra– el dato que le falta, el libro que necesita para su hobby. Y en todo el mundo avanzado los bibliotecarios han devenido, además, particulares Ariadnas de las telarañas electrónicas (guiando a su público también en la Web), en una demostración de cómo lo antiguo y lo nuevo muchas veces se pueden complementar...

El papel del libro,

y el libro de papel

Volvamos un momento sobre la consolidación de los hábitos lectores. Para aprender a leer hay que leer mucho (como para montar en bicicleta, o para nadar, hay que hacerlo mucho).

Y por fortuna, hay mucho que leer. El mundo editorial español es especialmente rico, no sólo en número de nuevos libros al año, sino en la calidad de sus contenidos, e incluso en aspectos materiales de composición o de fabricación. Un paseo por nuestras librerías es en sí mismo toda una invitación a la lectura. Sin esta oferta, constantemente presente en las librerías, y remansada en las bibliotecas públicas y de las instituciones, no habrá tantas ocasiones y acicates para lanzarse a la lectura. Y por tanto, no habrá un número considerable de buenos lectores. Y por tanto, nuestros jóvenes, nuestros profesionales, nuestros investigadores, no estarán preparados para convertir la información en conocimiento.

Podría pensarse que la actual proliferación de equipos informáticos con acceso a la red (crecientemente en las escuelas, también en muchos hogares) puede bastar para suministrar motivos de práctica lectora, y materiales para ejercerla. No es así: la lectura a través de la red está por lo general al servicio de la búsqueda de datos, de asimilación de informaciones breves. Nadie lee una novela extensa, un ensayo largo en pantalla (entre otras cosas, porque es muchísimo más incómodo). Y la lectura detenida y extensa es la que más forma los hábitos lectores, los automatismos y las capacidades de una extracción eficiente de información. Por no hablar de la articulación interior y de la capacidad del diálogo con los otros, sobre la que pronto tendremos que decir algo. Para educar en la lectura siguen siendo necesarios los libros, porque los libros son las mejores máquinas de leer.

Cuentan de don Jacinto Benavente, dramaturgo y uno de nuestros premios Nobel, que al presenciar los avances de la cinematografía (el sonido, la aparición del color, las promesas de cine en tres dimensiones, ...) comentó: “Con tanto mejorar el cine, ¡van a acabar por inventar el teatro!”. Ya existen dispositivos dotados con pantallas para leer, aunque aún son imperfectos. Se anuncian (aunque habrá que esperar a verlos) el “papel electrónico”, y la “tinta electrónica”, que al final serán láminas flexibles, con letra bien legible sobre ellas.

Pues bien: cuando hayan reinventado el papel sera tan bueno leer sobre estos dispositivos electrónicos como sobre un libro tradicional, pero antes no...

Y es hora de recapitular

¿Es realmente así? ¿Podemos afirmar sin dudas que la riqueza y diversidad de la oferta editorial, unida a la acción de la escuela en iniciación y promoción de la lectura, y al hogar y las bibliotecas públicas como medio para su consolidación, son nuestras bases más sólidas para preparar a nuestros ciudadanos para la sociedad de la información?

Radicalmente, sí.

Puede que esta afirmación no suene muy a la moda: parece más oportuno demandar equipos informáticos en las escuelas y hogares (que por supuesto, está muy bien que tengan), y tarifas económicas y calidad para las conexiones a Internet (que son claramente necesarias). Cualquier persona sensata se uniría a estas peticiones, que además, se pueden cumplir rápidamente, mientras que mejorar nuestras escuelas y bibliotecas, mover nuestra sociedad hacia la lectura –no nos engañemos– llevará necesariamente años...

Pero si no lo hacemos, nuestros ciudadanos acabarán accediendo a las redes sólo para comprar y bajarse canciones, para charlar y pescar un dato (lo que está muy bien), pero carecerán de la habilidad de navegar con eficiencia y aprovechamiento los océanos de información. No sabrán utilizar sus contenidos y construir con ellos un conocimiento que además luego puedan comunicar...

Porque tras la práctica de la lectura hay algo más, difícilmente mensurable, pero tan básico que no he podido sino dejarlo para el final. La lectura (al lado de la influencia de los padres, de los buenos profesores) forma en la construcción de una articulación intelectual. Hacia el interior: en la forma en que se organizan nuestros mundos conceptuales y sensibles, en el modo en que integramos en conjuntos coherentes las miríadas de retazos del universo que nos rodea. Hacia el exterior: en la forma en que aprendemos a jerarquizar, sopesar y modular lo que hemos atesorado dentro, para transmitírselo a otros.

La práctica de la lectura entrena en la comunicación con el otro, tanto como forma interiormente: leer (ficción o ensayo, un libro de cocina o una guía) es hacerse momentáneamente otro, es percibir en propia carne los esfuerzos con los que un autor ha tratado de trasmitirnos las desdichas de dos amantes o la elaboración de un plato delicado. Y el autor se ha dirigido, salvando a veces abismos de tiempo y espacio, a la idea que tenía de sus lectores. En el choque entre el lector soñado por el autor y nuestras reales expectativas lectoras es donde surge la tensión de la apropiación intelectual.

Leer es pactar, más que recibir.

Y eso es básico hoy en día: cada vez más. A diferencia de los medios tradicionales, la Internet es un canal que va de muchos hacia muchos: el ciudadano de la red es tanto un receptor, un usuario de informaciones, como un emisor, un creador de mensajes destinados o a una persona (correo electrónico), a un grupo (listas de distribución), o al público (webs, páginas personales). Hoy se rehacen empresas enteras sobre la base de la gestión del conocimiento, que no es otra cosa que el reconocimiento de que lo básico es la circulación del saber entre sus miembros. Y la práctica de la lectura no es sólo un entrenamiento para la comprensión, para la decodificación, sino la base más firme para la comunicación con otros.

A modo de preludio

Ahora sabemos que quienes, desde el sistema educativo y las editoriales, desde los hogares y bibliotecas luchaban por la lectura, estaban también trabajando por la sociedad de la información y del conocimiento: antes de que existiera.

La sociedad en su conjunto tiene que defender la práctica extensa y gozosa de algo en lo que ya no nos jugamos sólo la pervivencia cultural, sino la entrada en la sociedad del mañana.

Esto no es una conclusión. Esto es –debería ser– el comienzo de algo muy grande. Como el soñador de Lovecraft, hemos descubierto que la ciudad mítica y dorada que perseguimos se encuentra ya ante nuestros ojos, la poseemos. Ya tenemos la llave de plata.

Usémosla.