Néstor García Canclini, Ciudad invisible, ciudad vigilada

CIUDAD INVISIBLE, CIUDAD VIGILADA

¿Cómo nos arreglamos para vivir a la vez en la ciudad real y la ciudad imaginada? Todas las ciudades presentan una tensión entre lo visible y lo invisible, entre lo que se sabe y lo que se sospecha, pero la distancia es mayor en las megalópolis.

La primera oscilación entre lo visible y lo invisible se muestra como tensión entre la ciudad experimentada físicamente y la ciudad imaginada. Nos damos cuenta de que vivimos en ciudades porque nos apropiamos de sus espacios: casas y parques, calles y viaductos. Pero no recorremos la ciudad sólo a través de medios de transporte sino también con los relatos e imágenes que confieren apariencia de realidad aun a lo invisible: los mapas que inventan y ordenan la trama urbana, los discursos que representan lo que ocurre o podría acontecer en la ciudad, según lo narran las novelas, películas y canciones, la prensa, la radio y la televisión.

La ciudad se vuelve más densa al cargarse con fantasías heterogéneas. La urbe programada para funcionar, diseñada en cuadrícula, se desborda y se multiplica en ficciones individuales y colectivas. Esta distancia entre los modos de habitar y los modos de imaginar se manifiesta en cualquier comportamiento urbano. Pero quizás es en los viajes donde irrumpe con más elocuencia el desajuste entre lo que se vive y lo que se imagina. Desde las descripciones de Hernán Cortés a las de Humboldt sobre la ciudad de México, desde las de empresarios norteamericanos hasta las de exiliados latinoamericanos, del discurso de las agencias turísticas hasta el de los medios masivos, sería posible indagar cómo se fue configurando un imaginario internacional sobre la capital mexicana.

Podríamos anticipar que viajar a la ciudad de México es para muchos extranjeros buscar el encuentro con la mayor ciudad latinoamericana de origen prehispánico, y a la vez con la más poblada y contaminada del mundo. Así como Rem Koolhaas ha dicho que Nueva York es "la estación terminal de la civilización occidental'', se piensa que México DF es el último puerto de los delirios de Occidente en su versión tercermundista. En realidad, México no es ni la más poblada ni la más contaminada, aunque se acerca a esos logros: Tokio tiene 25 millones de habitantes y Sâo Paulo 18 millones.

En un estudio reciente, buscamos conocer los imaginarios que suscita la ciudad de México no a quienes viajan hasta ella, sino a quienes viajamos por ella diariamente. Partimos de la simple observación de que las ciudades no se hacen sólo para habitarlas, sino también para atravesar su espacio. En la ciudad de México varios millones de personas ocupan entre dos y cuatro horas diarias transportándose en metro, autobuses, taxis y coches particulares. Cuando se realizan 29 millones de viajes-persona por día, las travesías por la capital son formas importantes de apropiación del espacio urbano y lugares propicios para disparar imaginarios. Al recorrer las zonas que desconocemos, nos cruzamos con múltiples "otros'' e imaginamos cómo viven en escenarios distintos de nuestros barrios y centros de trabajo.

Presentamos un conjunto de 52 fotos que muestran viajes diversos por la ciudad de México, desde la década de los cuarenta a la actualidad, a diez grupos de viajeros (repartidores de alimentos, vendedores ambulantes, vendedores de seguros, policías de tránsito, estudiantes y profesionales que viven lejos de sus lugares de trabajo) y les pedimos que describieran esas imágenes. No voy a repetir aquí los relatos y comentarios provocados por esas fotos que publicamos en el libro La ciudad de los viajeros, pero recuerdo cómo los viajes habituales por la ciudad -al alejarnos de los lugares conocidos- movilizan suposiciones, sospechas, "visiones'' de los problemas urbanos y de la vida de los "otros'' que se basan en unos pocos datos y en muchas fantasías. El viaje metropolitano como tensión entre los deseos y los miedos.

Un hecho llamativo son las perspectivas peculiares desde las cuales hablan los habitantes "comunes'' sobre las dificultades de la megalópolis, distintas de las que manejan la bibliografía científica y la información periodística. La amenaza de la contaminación es inquietante para algunos, pero otros la relativizan con argumentos curiosos: el riesgo se atenúa si ``lo podemos ver de esta forma: la contaminación, los alimentos, todo es una forma de intoxicación, y el sudarlo tantito es una forma de desintoxicarnos. Sí, recibimos algo de eso, pero lo que estamos sacando afuera es lo que nos hace sentirnos mejor''.

Las interpretaciones distorsionadas de varias fotos sugieren que aun lo que sucede en zonas céntricas puede ser desconcertante. Pero se inventan los datos de esos hechos desconocidos para coexistir "naturalmente'' con ellos. Así, por ejemplo, un plantón de manifestantes en el Zócalo es interpretado como un conjunto de migrantes que se instala ahí porque no tiene dónde vivir. Los policías, ante la imagen de dos niños drogados en la glorieta donde se ve el David, exclaman: "¡Cómo van a estar ahí, junto a la Diana Cazadora!''

En el grupo de estudiantes, frente a la foto del Periférico, alguien dice que para él "más bien como que es una salida a provincia por los cerros. Me da la idea de que a veces todo el mundo quisiera fugarse de esta ciudad''. Como había dicho poco antes otro participante, en el mismo grupo: "cada quien construye su idea de viaje''.

Estas visiones fantasiosas son estimuladas por el carácter demasiado vasto y complejo de lo que sucede en la gran ciudad. Así como para alcanzar los objetivos de los viajes hay que usar desvíos o atajos, convivir con los problemas que parecen irresolubles incita a buscar rodeos del pensamiento, "resolver'' en lo imaginario, para hacer sentir habitable un entorno hostil. Importa menos saber cómo funciona efectivamente la sociedad que imaginar algún tipo de coherencia que ayude a vivir en ella.

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La ciudad imaginada por los medios

Hay partes de la urbe que se vuelven invisibles cuando la ciudad comunicacional comienza a prevalecer sobre la ciudad transitada. En los últimos cincuenta años, la expansión de la ciudad de México la elevó de 1'600,000 personas a 17 millones, de un Distrito Federal acotado a un área metropolitana de 1,500 kilómetros cuadrados: perdimos la posibilidad de experimentar la ciudad en conjunto, pero la radio, la televisión y las últimas tecnologías informáticas (computadora, fax, e-mail) llevan la información y el entretenimiento a domicilio. Los usos de la ciudad se reorganizan: la desordenada explosión hacia las periferias, que diluye el sentido y los límites del propio territorio, se equilibra con los relatos de los medios sobre lo que ocurre en sitios alejados dentro de la urbe. Del paseo donde el flâneur reunía la información citadina que luego volcaría en crónicas literarias y periodísticas, pasamos al helicóptero que sobrevuela la ciudad y ofrece cada mañana, a través de la pantalla televisiva y las voces radiales, el simulacro de una megalópolis vista en conjunto. Los desequilibrios e incertidumbres engendrados por la urbanización irracional y especulativa, parecen ser compensados por la eficacia tecnológica de las redes comunicacionales.

Pero ¿quiénes hablan en los diarios, la radio y la televisión? Varios estudios realizados en esta década muestran que en la prensa dominan las fuentes y los actores oficiales. Si bien en algunos diarios aumentaron las voces de la sociedad civil, éstas representan un 28 por ciento, frente al 43 por ciento de material estatal. La mitad de las noticias y las fotos corresponden al Distrito Federal, sobre todo al Centro Histórico, y sólo 17 por ciento a los municipios conurbados, donde vive más de la mitad de la población del área metropolitana. Como lo demuestra el análisis de Miguel çngel Aguilar sobre este tema, los diarios dan más elementos que otros medios para reflexionar sobre la capital y elaborar la condición de ciudadano, pero no contribuyen a expandir la visión de la ciudad en sentido proporcional al crecimiento de su territorio y de su complejidad. Pese al énfasis en la novedad y en lo insólito, finalmente los diarios se concentran en lo conocido; aunque se venden como informadores de la actualidad, y por tanto el presente es el momento privilegiado, se instalan en lo habitual, lo que en este momento prolonga estereotipos formados históricamente.

En los últimos años, en radios y canales televisivos se abrió espacios a partidos de oposición y a movimientos urbanos, a denuncias y demandas de ciudadanos. Pero varias investigaciones sobre lo que ocurre en estos programas de "expresión pública'' (véanse los trabajos de Ángela Giglia y Rosalía Winocur) revelan que muy pocas veces crean puentes entre los participantes y las autoridades. Quienes dirigen tales programas traducen las declaraciones de los oyentes para integrarlas en un discurso homogéneo, aunque la interrelación invocada por el conductor simula reconocer la variedad de posiciones sociourbanas desde las cuales se habla: "usted que transita a la altura del viaducto Tlalpan'', "señor o señora'', "la gente'', "el público'', "los habitantes'', "un amigo del auditorio''. En los casos en que hay teléfono abierto, se admiten expresiones literales de los participantes; en otros, son seleccionadas y reelaboradas para adecuarlas a objetivos de la emisora. En todas las situaciones, la tendencia es reducir la complejidad y situar las opiniones diversas en un consenso que se imagina compartido por la mayoría.

La valoración de tales espacios participativos debe tener en cuenta una cierta negociación entre locutores y receptores. Las radios y televisoras propician la expresión de sus oyentes a cambio de que ellos les reconozcan credibilidad. Se deja hablar a "la ciudadanía'', pero ésta debe dejarse limitar, orientar y hasta censurar. Al final queda la duda de cuánto conceden estos medios para que se extienda la esfera pública, y cuánto buscan, a través del rodeo de "la libre expresión'', testimonios que legitimen su lugar en el mercado de las comunicaciones.[...]

¿Qué logramos saber de la ciudad "real'' a través de lo que cuentan los medios? No hay que subestimar lo que se ha ganado en transparencia y democratización social gracias al desarrollo de las comunicaciones masivas. Cuesta pensar que las exigencias democratizadoras en las ciudades, los reclamos por la contaminación y los derechos humanos, hubieran podido tener la trascendencia que lograron sin la repercusión que les viene dando la prensa, la radio y la televisión. Las secciones especiales sobre "la ciudad'' o "la metrópoli'' expresan la alarma de una parte de la ciudadanía ante el crecimiento sin planificación y los efectos autodestructivos de nuestros modos de habitar. No es posible atribuir en bloque, al conjunto de las industrias culturales, la virtud de haber ampliado el horizonte informativo de las masas. Pero si distinguimos entre los medios más comercializados, más dependientes del rating, sólo reproductores de los gustos y el sentido común mayoritarios, y, por otra parte, aquellos preocupados por ampliar la información y representar las voces críticas, hay que reconocer a éstos el haber enriquecido las agendas de discusión en las sociedades contemporáneas.

¿Cuántas de estas revelaciones y ampliaciones de agenda se acumulan, se convierten en memoria y voluntad de transformación? No hay nada más anacrónico que las noticias del diario de ayer, se ha dicho muchas veces. Más vertiginoso aún es el régimen de obsolescencia visual de la televisión, donde la actual multiplicación de canales exacerba la necesidad de neutralizar el zapping mediante la renovación incesante de los estímulos. Discutir la política de los medios se volvió parte del debate sobre la vida de la ciudad: ¿nos empujan inexorablemente las tecnologías audiovisuales al repliegue doméstico, al olvido y la espectacularización a distancia de lo público, o existen formas de reapropiación crítica de las representaciones mediáticas?

Ciudadanos atrincherados

El tercer procedimiento de invisibilización de las ciudades deriva de las nuevas formas de segregación espacial que producen quienes se encierran y ocultan mediante muros, rejas, la privatización de calles y los dispositivos electrónicos de seguridad. No conozco estudios de los cambios veloces que este proceso está generando en la sociabilidad y en los imaginarios de la ciudad de México. Hay encuestas, debates periodísticos y parlamentarios, manuales que recomiendan cómo protegerse de secuestros, robos de coches, casas, tarjetas de crédito y violaciones: uno de estos manuales sostiene que "las bardas, el alambrado de púas y los perros entrenados no han logrado detener el embate del mal''; por eso, destacan la necesidad de prepararse personalmente para saber defenderse, algo así como tener una cultura contra los riesgos.[...]

Las nuevas estrategias de protección adoptadas por los habitantes modifican el paisaje urbano, los viajes por la ciudad, los hábitos y comportamientos cotidianos. En barrios populares -las favelas brasileñas, las villas miseria de Buenos Aires y sus equivalentes en Bogotá, Caracas y México- los vecinos se organizan para cuidar la seguridad y aun impedir, en ciertos casos, la entrada de la policía. Los sectores económicos más poderosos establecen conjuntos residenciales y lugares de trabajo cerrados a la circulación o con acceso rigurosamente restringido. Algunos colocan controles igualmente estrictos en los centros comerciales, los incluyen dentro de los conjuntos habitacionales, o llegan a extremos como el de la zona de Morumbi, en S‹o Paulo, donde a los guardias privados y los clubes dentro de los edificios se agregan otras ofertas que apelan tanto a la demanda de seguridad como de distinción: una alberca por departamento, tres recámaras para empleadas domésticas, dos salas de espera para choferes en el sótano y habitaciones especiales para guardar la cristalería.

La segregación física instituida por estos "enclaves fortificados'', como explica Teresa Caldeira, es exacerbada por cambios en los hábitos y rituales familiares, por obsesivas conversaciones sobre la inseguridad que tienden a polarizar lo bueno y lo malo, establecer distancias y muros simbólicos que refuerzan las barreras físicas. Una cultura de la protección sobrevigilada se alía con nuevas reglas de distinción para privatizar espacios públicos y separar más abruptamente que en el pasado a los sectores sociales. El imaginario se vuelve hacia el interior, rechaza la calle, fija normas cada vez más rígidas de inclusión y exclusión. [...] El espacio público de las calles queda como espacio abandonado, síntoma de la desurbanización y del olvido de los ideales modernos de apertura, igualdad y comunidad; en vez de la universalidad de derechos, la separación entre sectores diferentes, inconciliables, que quieren dejar de ser visibles y de ver a los otros.

A esto se agrega en muchas ciudades, como describe Mike Davis respecto de Los Ángeles, "respuestas armadas ubicuas'', hechas por agentes diversos y no coordinados. Al "control arquitectónico de las fronteras sociales'' y la militarización errática de la vida urbana, se añade el manejo "policializado'' del espacio electrónico y el acceso pagado a las "comunidades de informaciones'', bancos de datos para élites y servicios por suscripción que `"se apropian de partes del ágora invisible''. "En una ciudad de varios millones de inmigrantes, las amenidades públicas están disminuyendo radicalmente, los parques son abandonados y las playas se vuelven más segregadas, las bibliotecas y los centros públicos de diversión son cerrados, los agrupamientos juveniles prohibidos, y las calles se van volviendo más desoladoras y peligrosas.'' "Al mismo tiempo en que son demolidos los muros en Europa oriental, se los está erigiendo por toda la ciudad de Los Ángeles.''

De la vigilancia al imaginario colectivo

[...] En 1997, cuando la ciudad de México se prepara para definir quiénes serán sus gobernantes y se crean condiciones para una elección más transparente, la metrópoli que desde hace décadas es imposible de abarcar con la mirada del paseante se vuelve opaca aun en las zonas que conocíamos. Se multiplican los lugares por donde ya es mejor no transitar ni detenerse a ver, crecen los pedidos de vigilancia. ¿Servirá la nueva etapa para que juntos, gobierno, partidos que no ganen, movimientos sociales y ciudadanos comunes, podamos imaginar una ciudad distinta? ¿Por qué la ciudad de los medios es tan a menudo sólo la ciudad de los miedos?

Quizá no todas las noticias de cambios sean anuncios de peligros, ni todos los peligros sean tan alarmantes. Tal vez la primera tarea consista, por eso, en discernir lo que efectivamente está ocurriendo, estudiar no sólo los conflictos macrosociales y económicos sino también la cultura cotidiana y la cultura política desde las cuales sería posible reconstruir una apropiación menos segregada, más justa y comunitaria, de los espacios urbanos. Se trata de decidir si lo que va a prevalecer es la vigilancia o el conocimiento y la imaginación participativos. Hay dos tipos de ciudades, escribe Italo Calvino: "...las que a través de los años y las mutaciones siguen dando su forma a los deseos y aquellas en las que los deseos o bien logran borrar la ciudad o son borrados por ella''.

Leo en un número reciente de la Revista Mexicana de Política Exterior el espléndido artículo "Historia de tres ciudades'', referido también a sedes de grandes conferencias mundiales donde se trataron algunos de estos temas (Río, Viena y Chicago), escrito por L.M. Singhvi. Cuenta la anécdota de un periodista de Europa oriental que decía: "...nuestros periódicos, como los periódicos del resto del mundo, contienen verdades, verdades a medias y mentiras. Las verdades se encuentran en las páginas de deportes, las verdades a medias en las predicciones del clima y las mentiras en todo el resto''. Para hacer una ciudad más visible sería útil que los medios masivos que nos ayudan a imaginarla incluyeran toda la información urbana en la sección deportiva.