Ludwig Wittgenstein, Cuaderno azul

Cuaderno azul

¿Qué es el significado de una palabra?

Ataquemos este problema preguntando, en primer lugar, qué es una explicación del significado de una palabra; ¿a qué se parece la explicación de una palabra?

La forma en que esta pregunta nos ayuda es análoga a la forma en que la pregunta "¿cómo medimos una longitud?" nos ayuda a com­prender el problema de "¿qué es longitud?".

Las preguntas "¿qué es longitud?", "¿qué es significado?", "¿qué es el número uno?", etc. producen en nosotros un espasmo mental. Sentimos que no podemos señalar a nada para contestarlas y, sin em­bargo, tenemos que señalar a algo. (Nos hallamos frente a una de las grandes fuentes de confusión filosófica: un sustantivo nos hace buscar una cosa que le corresponda.)

El preguntar en primer lugar "¿qué es una explicación de signifi­cado?" tiene dos ventajas. En un cierto sentido, se hace caer por tierra la pregunta "¿qué es significado?". Pues, sin duda, para comprender el significado de "significado" es necesario comprender también el sig­nificado de "explicación de significado". En pocas palabras: "pregún­temenos qué es la explicación de significado, pues lo que esto explique será el significado." El estudiar la gramática de la expresión "explica­ción de significado" enseñará algo sobre la gramática de la palabra "significado" y protegerá contra la tentación de buscar en torno de uno algún objeto al que se podría llamar "el significado".

Lo que se llaman generalmente "explicaciones del significado de una palabra" pueden dividirse, muy toscamente, en definiciones ver­bales y ostensivas. Posteriormente se verá en qué sentido esta división es únicamente aproximada y provisional (y resulta un extremo impor­tante que lo sea). La definición verbal, como nos lleva de una expre­sión verbal a otra, en un cierto sentido no nos hace progresar. En la definición ostensiva, por el contrario, parecemos realizar un progreso mucho más real hacia el aprendizaje del significado.

Nos encontramos con la dificultad de que para muchas palabras de nuestro lenguaje parece no haber definiciones ostensivas; por ejemplo, para palabras tales como "uno", "número", "no", etc.

Problema: la definición ostensiva misma ¿necesita ser compren­dida? ¿No puede malinterpretarse la definición ostensiva?

Si la definición explica el significado de una palabra, no puede ser esencial, sin duda, que se deba haber oído la palabra anteriormente. La tarea de la definición ostensiva es darle un significado. Explique­mos, pues, la palabra "tove" señalando a un lápiz y diciendo "esto es tove". (En lugar de "esto es tove" podría haber dicho aquí "esto es llamado 'tove'". Indico esto para eliminar de una vez por todas la idea de que las palabras de la definición ostensiva predican algo de lo de­finido; la confusión entre la frase "esto es rojo", que atribuye el color rojo a algo, y la definición ostensiva "esto es llamado 'rojo'".) La defi­nición ostensiva "esto es tove" puede ser interpretada ahora de múl­tiples maneras. Daré algunas de estas interpretaciones y utilizaré pala­bras españolas de uso bien establecido. Puede interpretarse, pues, que la definición significa:

"Esto es un lápiz" "Esto es redondo" "Esto es madera" "Esto es uno" "Esto es duro", etc., etc.

Podría objetarse a este argumento que todas estas interpretaciones presuponen otro lenguaje de palabras. Y esta objeción es significativa si por "interpretación" entendemos solamente "traducción a un len­guaje de palabras". Permítaseme hacer algunas indicaciones que pueden aclarar esto. Preguntémonos cuál es nuestro criterio cuando decimos que alguien ha interpretado la definición ostensiva de un modo par­ticular. Supongamos que yo doy a un español la definición ostensiva "esto es lo que los alemanes llaman 'Buch'". Entonces, y siempre en la gran mayoría de los casos, la palabra española "libro" vendrá a la mente del español. Podemos decir que ha interpretado que "Buch" significa "libro". El casó será diferente si, por ejemplo, señalamos a una cosa que él no haya visto nunca antes y decimos: "Esto es un banjo". Es posible que entonces venga a su mente la palabra "guita rra"; es posible que lo que venga a su mente no sea una palabra, sino la imagen de un instrumento similar; es posible que no se le ocurra nada en absoluto. Supongamos que entonces le doy la orden "ahora elige un banjo de entre estas cosas". Si elige lo que llamamos un "ban­jo" podemos decir "ha dado a la palabra 'banjo' la interpretación co­rrecta"; si elige algún otro instrumento podemos decir "ha interpreta­do que 'banjo' significa 'instrumento de cuerda'".

Decimos "ha dado a la palabra 'banjo' esta o aquella interpretación" y nos inclinamos a suponer un acto definido de interpretación aparte del acto de elección.

Nuestro problema es análogo al siguiente:

Si yo doy a alguien la orden "tráeme una flor roja de esta pradera", ¿cómo sabrá él qué tipo de flor traerme, puesto que yo le he dado solamente una palabra?

Ahora bien, la respuesta que uno podría sugerir en primer lugar es la de que él fue a buscar una flor roja llevando una imagen de rojo en su mente, comparándola con las flores para ver cuál de ellas tenía el color de la imagen. Ahora bien, existe tal modo de buscar y no es en modo alguno esencial que la imagen que usamos tenga que ser una imagen mental. De hecho el proceso puede ser éste: yo llevo un plano que coordina nombres y cuadrados coloreados. Cuando oigo la orden "tráeme, etc." paso mi dedo por el plano desde la palabra "rojo" hasta un cierto cuadrado y voy y busco una flor que tenga el mismo color que el cuadrado. Pero éste no es el único modo de buscar y no es el modo usual. Vamos, miramos a nuestro alrededor, damos unos pasos hasta una flor y la cogemos, sin compararla con nada. Para ver que el proceso de obedecer la orden puede ser de este tipo, consideremos la orden "imagina una mancha roja". En este caso no se está tentado a pensar que antes de obedecer se tiene que haber imaginado una mancha roja que sirva como pauta para la mancha roja que se ordenó imaginar.

Se puede preguntar ahora: ¿interpretamos las palabras antes de obedecer la orden? Y se encontrará que en algunos casos se hace algo que podría llamarse interpretar antes de obedecer, y en otros casos no. ( Parece que hay ciertos procesos mentales definidos, vinculados con la actuación del lenguaje, procesos únicamente a través de los cuales puede funcionar el lenguaje. Quiero decir los procesos de comprensión y significación. Los signos de nuestro lenguaje parecen muertos sin estos procesos mentales; y podría parecer que la única función de los signos es inducir tales procesos, y que éstas son las cosas en las que


deberíamos estar realmente interesados. Así, si se les pregunta cuál es la relación entre un nombre y la cosa que nombra, tenderán a contes­tar que la relación es una relación psicológica, y quizá al decir esto estén pensando particularmente en el mecanismo de la asociación. Nos sentimos inducidos a pensar que la acción del lenguaje consta de dos partes; una parte inorgánica, el manejo de signos, y una parte orgánica, que podemos llamar comprender estos signos, significarlos, interpretar­los, pensar. Estas últimas actividades parecen realizarse en un extra­ño tipo de medio: la mente; y el mecanismo de la mente, cuya natu­raleza, según parece, no comprendemos completamente, puede producir efectos que ningún mecanismo material podría causar. Así, por ejemplo, un pensamiento (que es un proceso mental de este tipo) puede estar en acuerdo o en desacuerdo con la realidad; soy capaz de pensar en un hombre que no está presente; soy capaz de imaginarle, de 'mentarle' en una observación que hago sobre él, aunque esté a miles de kilóme­tros o haya muerto. "¡Qué mecanismo tan extraño tiene que ser el mecanismo del deseo", podría decirse, "si puedo desear lo que no su­cederá nunca!"

Hay un medio de evitar, por lo menos parcialmente, la apariencia oculta de los procesos de pensamiento y es el de reemplazar en estos procesos parte del trabajo de la imaginación por actos de observación de objetos reales. Así, puede parecer esencial que, por lo menos en ciertos casos, cuando oigo la palabra "rojo" comprendiéndola, tiene que haber ante mi visión mental una imagen roja. Pero ¿por qué no podría sustituir yo el imaginar una mancha roja por la visión de un trozo de papel rojo? La imagen visual será sólo tanto más vivida. Imaginemos un hombre que lleve siempre en su bolsillo una hoja de papel en la que los nombres de los colores estén coordinados con manchas coloreadas. Puede decirse que sería muy molesto llevar siempre consigo este muestrario y que lo que usamos siempre en su lugar es el mecanismo de la asociación. Pero esto es irrelevante; y en muchos casos no es ni siquie­ra verdadero. Si, por ejemplo, se manda a alguien que pinte un tono particular de azul llamado "azul prusia", puede que tenga que usar una tabla que le lleve de la palabra "azul prusia" a una muestra del color, que le serviría como modelo.

Para nuestros propósitos, podríamos reemplazar perfectamente bien cada proceso de imaginar por un proceso de mirar un objeto o de pintar, dibujar o modelar; y cada proceso de hablar con uno mismo por procesos de hablar en voz alta o de escribir.