Robert Borofsky, Posibilidades Culturales

Omnipresencia de la cultura

La palabra "cultura" se ha convertido en una de las más comunes de nuestro vocabulario general. Se menciona frecuentemente en los medios de comunicación locales, nacionales y mundiales. Sin embargo, no siempre queda claro cuál es el concepto fundamental al que se hace referencia. Por ejemplo, se habla de una cultura nacional indonesia, pero también de otras culturas existentes en Indonesia, como la javanesa, la batak y la balinesa, y dentro de ésta aún hay otras subdivisiones, como la que distingue entre la cultura balinesa septentrional y la meridional. ¿Cómo es posible que el término cultura se aplique a todos estos grupos al mismo tiempo? Por otra parte, se oyen referencias a la cultura de la violencia, de la pobreza, de las drogas, de la anorexia o de la jet set. ¿Cómo interpretar estas expresiones? En palabras del intelectuales ganés Appiah, "hemos llegado a una situación en la que se oye la palabra "cultura" y hay que recurrir al diccionario". Quizá sea necesario replantear el debate.

Las cuestiones básicas abordadas en este capítulo pueden resumirse como sigue:

En primer lugar, la cultura es un concepto, no una realidad. Se trata de una idea desarrollada en los dos últimos siglos, vinculada sustancialmente a nociones de solidaridad política, sobre todo a la de "estado-nación". Carece de sustancia o sabor, aunque es posible tocar o saborear muchas cosas que calificamos como cultura.

En segundo lugar, la cultura, como concepto, expresa con frecuencia una contradicción. Por una parte, desde una perspectiva histórica, incluye un programa político de homogeneización. Supone que dentro de un lugar determinado o de un estado concreto las personas actúan más o menos del mismo modo. Afirma la identidad de un grupo estableciendo límites a su alrededor. Por otra parte, si se examinan con detenimiento las pautas de comportamiento que se trata de delimitar, se observa que en realidad no son acotables y, lo que es más, cambian constantemente. Intentar trazar tales límites equivale a tratar de poner puertas al campo.

En tercer lugar, las dos cuestiones anteriores sientan las bases para el análisis de dos formas alternativas de entender el concepto de cultura: (a) la más consolidada consiste en considerar la cultura como algo heredado del pasado que debe conservarse: algo que está delimitado y que, en la medida de lo posible, debe permanecer así; (b) por otro lado, puede concebirse como una fuerza creativa que permite hacer frente al cambio y asumirlo. Este último enfoque contribuye a consolidar la solidaridad social dentro de los grupos. Sin embargo, en este planteamiento el sentimiento de unidad se basa en visiones comunes respecto al futuro, sustentándose en el pasado y en el presente para alcanzar los objetivos pretendidos. Lo más importante es que tiende a atenuar los conflictos; las personas están más dispuestas a admitir las diferencias y los cambios que las rodean.

Todas estas cuestiones merecen un análisis más pormenorizado, ya que implican diversos aspectos sutiles y significativos que deben examinarse.

La cultura es un concepto

Aunque se habla de cultura como algo "auténtico", algo que existe "en la realidad", se trata , de hecho, de una construcción intelectual utilizada para describir (y explicar) un complejo conglomerado de comportamientos, ideas, emociones y obras humanas. Durante decenios, los estudiosos han defendido esta concepción. Por ejemplo, el antropólogo Lowie afirmó en 1937 que "invariablemente, la cultura es una unidad artificial segregada por razones de conveniencia" (1937, pág. 235). Kroeber realizó una aseveración similar en 1945 ( Kroeber, 1945, pág. 90). Más recientemente, un antropólogo tan generalmente reconocido como Geertz señaló: "Describir una cultura (...) no consiste en clasificar un tipo de objeto peculiar (...). Es intentar lograr que alguien, en alguna parte, vea las cosas del mismo modo que tú has llegado a verlas por la influencia de viajes, libros, testimonios y conversaciones" (1995, págs. 61-62).

La consideración de la cultura como concepto, y no como realidad, puede ilustrarse asimismo observando las enormes variaciones existentes en la utilización del término. Según Goodenough, "el término cultura se caracteriza por su diferente significado para diversas personas a lo largo de la historia" (1989, pág. 93). Como señala el sociólogo Parsons: "En la teoría antropológica no existe lo que podría denominarse un acuerdo generalizado respecto a la definición de cultura" (1951, pág. 15). Williams comenta que "cultura es una de las dos o tres palabras más complejas del diccionario. Esta dificultad se debe, en parte, a su intrincado desarrollo histórico en diversos idiomas, pero sobre todo, a su utilización actual para referirse a conceptos importantes en varias disciplinas intelectuales y en distintos sistemas de pensamiento específicos e incompatibles " ( 1976, págs. 76-77).

La lectura de la obra Culture: A Critical Review of Concepts and Definitions, de Kroeber y Kluckhohn (1952), que contiene más de 150 definiciones de cultura, puede facilitar la comprensión de este punto de vista.

Quizás, en lugar de sumergirnos en argumentaciones sobre lo que es y lo que no es la cultura y buscar un significado o significados esenciales del concepto, valdría más adoptar una perspectiva pragmática y preguntarse a qué problemas concretos solemos referirnos al aludir a la cultura. Tomando como base el informe sobre cultura y desarrollo Nuestra Diversidad Creativa, publicado por la UNESCO en 1995, podrían destacarse tres de estos problemas.

En primer lugar, es habitual la preocupación por la pérdida de identidad y de valores culturales. Desde el Primer Mundo al Tercero (así como al Cuarto), la queja suele ser la misma: la vida moderna tiende a perturbar los fundamentos tradicionales de los significados y de la identidad. Por ejemplo, el economista keniano Mwale aboga por una descolonización de la mente africana y por una identidad cultural independiente de Occidente (Useem, 1997, pág. A48).Curiosamente, aunque en cada caso se haga referencia a una situación cultural específica, la reivindicación es entendida en todo el mundo. Una queja en este sentido formulada en Tailandia será comprendida por los visitantes japoneses e indonesios, y otra análoga hecha en Guatemala será compartida por los brasileños y los canadienses.

En segundo lugar, la cultura aparece también en los debates sobre desarrollo económico. Se alude a ella para hacer hincapié en un conjunto de prioridades ajenas al mercado: en concreto, para subrayar el humanismo y la preocupación por lo demás. No es la primera vez que las economías de mercado han reconfigurado radicalmente la vida social. Ya ocurrió en Inglaterra y Estados Unidos en el siglo XIX. Polyani (1944) denominó a este fenómeno "la Gran Transformación". Esta aritmética de mercado ha reaparecido en la actualidad, convenientemente revisada, en relación con el desarrollo económico y las reformas "neoliberales". Una y otra vez se plantean cuestiones acerca de los valores culturales perdidos en el camino hacia la plena consolidación de las economías de mercado y la globalización.

En tercer lugar, la cultura se tiene en cuenta asimismo en los debates sobre los conflictos étnicos. Por ejemplo, los planteados entre hutus y tutsis (en Ruanda), entre bosnios y serbios (en los Balcanes), entre tamiles y cingaleses (en Sri Lanka) se describen en todos los caos como conflictos enraizados en diferencias culturales seculares. La cultura se convierte en un modo de explicar (casi de justificar) la violencia étnica y los conflictos actuales.

Inmersos en una contradicción

Es importante comprender que el concepto de cultura se desarrolló en un contexto histórico específico (nacionalismo), en el cual se catalogó como una fuerza homogeneizadora y unificadora que, en última instancia, servía de apoyo al Estado. Tal y como se formuló en Alemania en el siglo XIX, dicho concepto implicaba la búsqueda de una identidad unificadora de la clase media, privada de derechos y fragmentada políticamente. En opinión de Elias (1994, pág. 25), "con la lenta ascensión de la burguesía alemana desde su condición de clase de segunda fila hasta la de depositaria de la conciencia nacional (..) una clase obligada a percibirse y legitimarse primero por comparación con la clase superior aristocrática y después por definición frente a las naciones competidoras", la cultura de transformó en una seña de identidad de la unidad política alemana.

Podemos observar este proceso también en los estados modernos. Muchos de los estados-nación del Tercer Mundo están formados por grupos dispares. La reivindicación de una unidad cultural subyacente para la nación ayuda a legitimar y consolidar el Estado. Apoyando ideales y visiones de la vida compartidos por toda la nación, las divisiones internas se atenúan. En este sentido, la cultura actúa como "lazo de unión" de las personas dentro de una unidad política.

Con todo, esta consideración del concepto de cultura se enfrenta a dos problemas fundamentes o, para ser más exactos, a dos realidades. En primer lugar, ninguna cultura está aislada. Como se afirma en Nuestra Diversidad Creativa, "ninguna cultura es una entidad sellada herméticamente". "Toda cultura influye y recibe influencias de las demás" (Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo, 1995, pág. 54). El concepto de cultura siempre incluye un sentido de relación: no se trata simplemente de "X", sino de "X" en relación con "Y": los franceses respecto a los británicos; éstos respecto a los alemanes; los tailandeses frente a los birmanos, o los vietnamitas frente a los chinos. Para Barth, "hablar de etnicidad en relación con un grupo y su cultura equivale a intentar aplaudir con una sola mano. La diferencia entre "nosotros" y "los demás" está enraizada en la organización de la etnicidad: se trata de la propia alteridad de los otros" (1995, pág.13).

Aunque la retórica contemporánea pueda hacer pensar que cada cultura es una entidad original, hay abundantes datos que demuestran que consiste en una mezcla sutil de influencias autóctonas y ajenas. En opinión de Kroeber ( 1948, pág. 257), "puede afirmarse que la cantidad de materiales culturales (...) de origen externo que se acumula gradualmente en una cultura suele exceder a los originados dentro de ésta".

Un examen pormenorizado indica la presencia en todas las culturas de un conjunto de "elementos importados" externos, aunque (y esto es importante) pueden acabar siendo percibidos como parte de la cultura propia. Sólo un estudio histórico detenido permite descubrir su origen. La gama de ejemplos abunda en sorpresas: el ukelele hawaiano es portugués, el vidrio de las ventanas occidentales fue inventado por los egipcios, la porcelana procede de China y nuestros modernos cuartos de baño provienen de los romanos. Es evidente que lo indígena y lo extranjero se entrelazan repetidamente en el seno de un grupo cultural.

Las personas perciben el mundo de diversas formas. Se basan en los recursos culturales de su comunidad respectiva. Además, aprovechan otros recursos disponibles, combinando factores derivados de distintas experiencias hasta conformar estructuras de significado coherentes. Lo que convierte a estos factores en elementos verdaderamente "indígenas" ( parte de la cultura de un grupo) no es su carácter originalmente propio o ajeno, sino la manera en que se combinan. "Nos dieron una lengua", afirma un personaje de la novela de Kureishi The Black Album, refiriéndose a la ocupación británica de la India, "pero sólo nosotros sabemos cómo utilizarla" (en Iyer, 1997, pág. 27). Según Iyer, el inglés de la India no es sólo una "lengua materna adoptiva" enormemente rica para centenares de millones de indios, ni sólo un recuerdo inestimable de siglos de amalgama cultural, sino "un producto fundamental y específico" de la cultura india (ibid.).

Una segunda "realidad" de la cultura es su naturaleza fluida. En Nuestra Diversidad Creativa se afirma que "la cultura de un país no es estática ni invariable (...) Se encuentra en un constante estado de flujo" (Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo, 1995, pág. 24). Se hace referencia a la cultura como tradición secular, transmitida de manera inalterada de generación en generación. Sin embargo, las culturas necesitan cambiar constantemente para seguir teniendo sentido para los vivos.

Tomemos como ejemplo el caso de Pukapuka, un pequeño atolón polinesio de las islas Cook. Entre los polinesios y los antropólogos, la isla tiene reputación de tradicional, esto es, de conservar sus tradiciones mejor que la mayoría de las comunidades del Pacífico. No obstante, un estudio pormenorizado pone de manifiesto que esas tradiciones cambian y se actualizan constantemente (Borofsky, 1987). El proceso suele ser muy sutil. La gente se esfuerza en comprender algunas tradiciones y encontrarles sentido. Las que parecen equívocas son "desmenuzadas", interpretadas (y reinterpretadas ) para facilitar su comprensión. Sólo puede apreciarse con claridad que estas reinterpretaciones constituyen "cambios" cuando se comparan las tradiciones de ayer con las de hoy. En lugar de plantearnos por qué cambian las tradiciones, podríamos dar la vuelta a la cuestión y preguntarnos: ¿y por qué no han de cambiar? Los tiempos cambian y con ellos la mentalidad de las personas. Si se quieren preservar las tradiciones culturales para hacerlas vivir en el presente, hay que cambiarlas. Esta afirmación resulta irónica; para conservar las tradiciones, los vivos suelen transformarlas, pero al alterarlas para que cobren pleno sentido en el presente adquieren la capacidad de transmitirlas a otros y preservarlas para la posteridad.

Hobsbawm y Ranger (1983) hablan a este respecto de "invención de la tradición". El cambio o, para ser más precisos, la reacción ante el cambio, forma parte de la condición humana, razón por la cual quizás tratamos de fundamentar el presente en el pasado con nuestro discurso. De este modo se añade continuidad a algo que, de hecho, sólo es continuo en parte.

Es posible mostrarse de acuerdo con la misión de los estados-nación (superar las diversidades locales y ofrecer una identidad nacional), pero por su propia concepción, esa unidad (percibida como un todo homogéneo, inalterable y delimitado) plantea contradicciones imposibles de superar. Las ideas, tradiciones y productos humanos son con frecuencia combinaciones de elementos internos y externos. A pesar de las afirmaciones en sentido contrario, estos elementos suelen ser variables, porque el pasado, para que conserve su significado, debe tener sentido en un presente en constante cambio.

Los dos modos de concebir la cultura

Intentos de preservar la homogeneidad

y los límites culturales frente al cambio

El análisis anterior puede ayudar a explicar por qué la cultura se ha convertido en una cuestión tan polémica en el mundo actual. Para los grupos políticos que tratan de afirmar su homogeneidad cultural (como forma de legitimar una identidad capaz de unir a personas diferentes), el intento de ocultar parte de su pasado, destacando unos aspectos y silenciando otros, constituye una tarea interminable, digna de Sísifo en el mejor de los casos y, en la actualidad, teniendo en cuenta la globalización, enormemente dificultosa.

A medida que la capacidad de los estados—nación de llevar a cabo este trabajo de Sísifo (consolidar las comunidades nacionales) se debilita con la difusión de la globalización económica, resulta cada vez más difícil construir naciones culturalmente homogéneas. Los estados-nación suelen necesitar algo más que afirmaciones positivas para crear sus comunidades culturales. Necesitan enemigos, contra los cuales movilizarse continuamente, para ocultar ambigüedades, diversidades, divergencias y conflictos entre sus miembros. En definitiva, alguien o algo contra lo que luchar. Movilizar a la gente contra "los otros" es una manera muy cómoda de legitimar el poder político y atraerse partidarios.

Consideremos el caso de Ruanda. En su revisión de tres obras sobre el tema. Desforges señala:

Prunier, Keane y McCullum tienen razón al rechazar el análisis simplista del genocidio como una manifestación de odios tribales seculares. Como afirma el primero, "los tutsis y los hutus no han sido creados por Dios como perros y gatos, predestinados a pelearse desde toda la eternidad". Los tres autores reconocen que los hutus y los tutsis no son tribus, sino estratos sociales que hablan una lengua común, están unidos por costumbres compartidas y viven entremezclados en una nación que crearon juntos. Los tres llegan a la conclusión de que la campaña de matanzas fue sistemática y planeada y el resultado de una explotación despiadada y organizada del miedo y la lealtad étnica por parte de dirigentes que corrían el riesgo de perder su poder (1997, pág.27).

Esta opción suele dar lugar a la utilización de la cultura como herramienta para la movilización política que, al reforzar la identidad étnica, se transforma con facilidad en un instrumento para satanizar y, finalmente, combatir a los otros.

Afirmación de la cultura como proceso creativo continuo

Si se afirman las dos "realidades de la cultura señaladas, es decir, su recepción de múltiples influencias y su carácter fluido, es posible replantear el concepto concediendo atención prioritaria al modo en que la identidad y los valores culturales pueden sobrevivir a tiempos difíciles y períodos de cambio. Mientras que los límites constituyen la esencia del concepto manejado en la primera opción, la creatividad es la base del adoptado en la segunda.

No obstante, esto no significa que todas las culturas fomenten directamente la creatividad. En este sentido, debe distinguirse entre las comunidades relativamente abiertas y las relativamente cerradas. Las primeras adoptan la dinámica cultural fluida e interrelacionada antes analizada, mientras que las segundas tienden a ocultarla, por no decir a negarla. En el esquema de la primera opción, un contorno un poco ambiguo en comunidades relativamente cerradas, tiende a convertirse en límite, el límite en frontera y ésta en barrera. Es obvio que existen límites en la medida en que estos grupos "cerrados" pueden ser excluyentes y exclusivos. (En última instancia, sólo pueden regular, no prohibir completamente, las influencias externas. Tampoco les es posible evitar los cambios). En cualquier caso, las mentalidades y las identidades de las personas "se desmarcan" gradualmente de las del resto del mundo. Pamuk describe uno de estos casos como sigue:

(El) clima cultural puede describirse como una especie de silencio mental. Una vez que las personas pierden sus recuerdos y sus relaciones con sus vecinos culturales, todo el país adquiere la crudeza, la inflexibilidad y la dejadez que suele caracterizar a los que viven solos (...) De niños, los forasteros y todos los que eran distintos de nosotros eran objeto de burla y tratados con desprecio. Los artistas recibían el mismo desdén y aun se les tenía lástima, a no ser que fueran ricos, famosos o lo suficientemente importantes para ir a la cárcel. Incluso para que inspirasen lástima tenían que pensar como la mayoría. Nadie demostraba curiosidad por otras culturas o por ampliar conocimientos por el puro placer de saber (1997, pág.34).

Teniendo en cuenta esta gradación desde las comunidades más abiertas a las más cerradas, y centrándonos en las primeras, puede ser de alguna utilidad volver a analizar los problemas abordados en relación con la cultura, tratando en primer lugar la cuestión de la pérdida de identidad cultura. Es curioso comprobar que ésta casi nunca "se pierde" en las sociedades relativamente abiertas. Por supuesto que se habla con frecuencia del tema, pero suele haber un proceso vibrante de remodelación y reafirmación de los valores y la identidad. De hecho, cabe considerar que esa continua referencia a la pérdida es uno de los motores que impulsan el proceso creativo. Constituye una llamada a la acción con capacidad de movilización. Los ciudadanos de Estados Unidos que conducen automóviles Volvo se vuelven tan poco suecos como estadounidenses los suecos que lucen camisetas de Michel Jordan. Lo que ocurre en realidad es que la interacción de los dos grupos se refleja recíprocamente, animándoles en cada caso a depurar, remodelar y reafirmar su identidad cultural de manera creativa. Goldstein y Rayner hacen hincapié en este intercambio: "la identidad cultural se consolida mediante un proceso de interacción continua con otras colectividades que exige a cada comunidad contemplarse desde el punto de vista de los demás e incorporar estas perspectivas a través del prisma de su propia conciencia en un proceso continuo de reflexión" (1994, pág. 381).

Este análisis suscita un segundo problema, que no es otro que el de las alternativas existentes a la mentalidad de mercado. El capitalismo, a pesar del modo en que se extiende por todo el mundo, no es ajeno a la influencia de los distintos contextos culturales. Se asienta en ellos, no sólo en lo que se refiere a un modo específico de gestionar los negocios, sino, lo que es más importante, a una necesidad básica de estabilidad. El capitalismo prospera en entornos sociales seguros en los que las normas de organización del trabajo y la propiedad no cambian continuamente y las inversiones de millones de dólares no desaparecen de la noche a la mañana.

La retórica del desarrollo suele fomentar promesas poco realistas sobre lo que puede hacerse en los países del Tercer Mundo. No obstante, en un mundo volátil de posibilidades y promesas incumplidas, la afirmación creativa de la identidad cultural ofrece una vía para dar sentido y desarrollar la solidaridad, así como para reorientar la vida, dejando a un lado la aritmética económica y asumiendo marcos de referencia más capaces de responsabilizar a las personas. De acuerdo con Nuestra Diversidad Creativa, debe admitirse que la cultura "no es un medio para alcanzar el progreso material; es el fin y el objetivo del "desarrollo" considerado como el florecimiento de la existencia humana en todas sus formas y en su conjunto" (Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo, 1995, pág. 24).

El tercer problema antes señalado en relación con la cultura (los conflictos interétnicos) resulta a menudo desconcertante. No cabe duda de los horrores que estos conflictos generan. Además, suelen carecer de sentido si se consideran las realidades fluidas e interrelacionadas de la cultura. Con frecuencia, muchos de los grupos combatientes han convivido durante decenios, incluso siglos, en una situación de paz relativa. Entonces, ¿por qué estalla repentinamente este tipo de brutalidad? Atribuir una base cultural a estos conflictos equivale a ignorar más historia (los períodos de interacción pacífica) que la que se tiene en cuenta.

Es necesario comprender que, en estos contextos, determinadas personas suelen utilizar la "cultura" como herramienta política para su propia beneficio y con el fin de instigar pasiones populares que les permitan alcanzar metas políticas. Como ya se ha señalado, esto e lo que ocurrió en Ruanda. Un análisis detenido indica que el mismo planteamiento es válido en el caso de la antigua Yugoslavia y en el de Rusia (véase Tishkov, 1994, 1995, 1997).

Implicaciones políticas

Teniendo en cuenta el análisis precedente, pueden proponerse directamente a los políticos las cuatro recomendaciones siguientes.

En primer lugar, hay que conceder mayor prioridad al reconocimiento de los recursos de cada cultura para abordar los cambios. Los museos y las publicaciones históricas no deben centrarse únicamente en el pasado cultural, sino también en el modo en que las personas superan los distintos retos que se van sucediendo en el tiempo. El proceso de respuesta a los cambios debe considerarse para la "cultura".

En segundo lugar, hay que fomentar la creatividad cultural mediante el patrocinio de artistas y exposiciones. La creatividad no debe desligarse de las tradiciones de una cultura, sino considerarse una parte integrante de las mismas. Es preciso promover las obras culturales innovadoras basadas en las tradiciones (en el sentido de la remodelación y la reafirmación antes referido). Aprovechar las aportaciones ajenas trascendiendo nuestros "límites" culturales debe considerarse como un elemento esencial de este proceso, capaz de revertir asimismo en la mejora de las propias cualidades dinámicas de la cultura. Es necesario reforzar la disposición a investigar, dedicar una mayor atención a la creatividad y ampliar las vías para que las tradiciones culturales se mantengan vivas en el presente.

En tercer lugar, las administraciones han de replantearse la cuestión de las relaciones entre desarrollo y cultura, apartándose de la sola medida estadística del éxito económico (como el aumento de la renta por habitante) y haciendo entrar en juego una gama de intereses más amplia. Las promesas infundadas respecto a los resultados del desarrollo sólo dan lugar a frustración e inestabilidad. En lugar de suponer que el progreso económico genera las condiciones para llevar una vida con pleno sentido desde el punto de vista cultural, sería más adecuado centrarse en objetivos fijados desde la propia perspectiva cultural, tales como fomentar la estabilidad de la comunidad o enriquecer la propia vida; debería reflexionarse sobre el modo en que el desarrollo económico, como medio y no como fin en sí mismo, puede contribuir a alcanzar tales metas.

Por último, ha de subrayarse que la coexistencia cultural constituye la norma general. Hay miles de grupos culturales en todo el mundo. Cuando se piensa en los lugares en que hay tensiones étnicas (por ejemplo, Bosnia, India, Ruanda, Sri Lanka), es obvio que sólo un número relativamente limitado de colectivos se ven inmersos en algún momento en conflictos intensos y violentos.

Es necesario decir la verdad para afrontar las estratagemas de los políticos expansionistas. Los responsables de la formulación de las políticas y los intelectuales no deben permitir que la simple retórica acerca de supuestos conflictos culturales seculares actúe como elemento de ocultación, excusa o justificación de la violencia. Asimismo, hay que insistir en el enorme coste de estos enfrentamientos. Bosnia y Ruanda, por ejemplo, han sido devastadas económicamente. Los conflictos étnicos suelen beneficiar a unos pocos. Para los demás. Sólo queda la miseria. Durante demasiado tiempo, los pueblos se han dejado llevar por la retórica de pequeños grupos de políticos expansionistas acerca de la cultura y la pureza cultural. Es hora de superar estas situaciones.

Robert Borofsky

Antropólogo. Profesor de Antropología,

Hawaii Pacific University (Estados Unidos)

Informe Unesco